“¿Así que la IA escribe la novela por ti?”.
Es la primera pregunta que me hacen, casi siempre con un tono que mezcla curiosidad y un poco de escepticismo. Y lo entiendo. La idea de una IA creativa evoca imágenes de un botón mágico, una especie de “generador de novelas” al que le das un par de instrucciones y te devuelve un bestseller. Aunque el borrador anterior de este post intentaba responder a esa pregunta, no contaba toda la verdad. Describía una relación simple, casi como la de un cliente con una máquina expendedora de ideas. La realidad de mi colaboración con Gemini es mucho más caótica, interactiva y, sinceramente, mucho más humana.
No es un monólogo donde yo ordeno y la máquina obedece. Es un diálogo, un peloteo constante de ideas que a menudo termina en un lugar que ninguno de los dos esperaba.
Esta mañana, por ejemplo, estaba completamente atascado. Tenía una escena que, sobre el papel, era funcional: un agente, un contacto con miedo, un café en París. El cliché más grande del manual de espías. Podría haberla escrito, sí, pero habría sido una escena sin alma, una pieza de relleno que el lector olvida al pasar la página. En lugar de pedirle a Gemini que me “diera ideas” genéricas, le presenté mi frustración en bruto.
Yo: “Estoy bloqueado. La escena del café es un desastre, no tiene alma. Es predecible. Siento que la he visto mil veces. Necesito romperla, pero no sé cómo.”
La respuesta de Gemini no fue una lista de opciones. No me dijo “prueba esto o aquello”. Fue una pregunta que cambió por completo mi perspectiva, que cogió mi problema y le dio la vuelta.
Gemini: “Ok, socio. Olvidemos a los personajes por un segundo. Olvidemos el diálogo. ¿Y si el café no es el escenario, sino el arma? ¿Cómo se puede usar un simple café, un objeto mundano, para intercambiar información de forma que solo dos personas en el mundo puedan entender?”
Esa pregunta fue la chispa. De repente, mi cerebro se reactivó. Dejé de pensar en “qué dicen” y empecé a pensar en “qué hacen”.
Yo: “Interesante. Podría ser algo con el azúcar. El número de terrones que usa el contacto podría ser el código. Simple, visual.”
Gemini: “No está mal, pero es un poco de película vieja, ¿no crees? Un espía de verdad esperaría algo así, es demasiado obvio. ¿Y si es más sutil, algo que no deje rastro? El patrón que dibuja con la cuchara en la espuma del capuchino… O, para meterle más presión, ¿qué pasa si hay un elemento externo que los obliga a actuar ya, algo que convierta el café en una bomba de tiempo?”
Yo: “¡Eso es! Un músico callejero empieza a tocar justo al lado. Una balada francesa. El intercambio tiene que terminar antes de que acabe la canción. La música se convierte en un reloj.”
Gemini: “Perfecto. Y vamos un paso más allá, vamos a entrelazarlo todo. ¿Y si la letra de la canción, que parece una balada de amor aleatoria, es en realidad una clave de verificación que solo tu agente conoce? El contacto hace el intercambio —lo de la espuma del capuchino, por ejemplo—, y el agente escucha la canción para confirmar que la operación es segura y que no es una trampa. Si la letra es la correcta, el código es bueno. Si el músico canta otra cosa, es una abortar la misión. La música ya no es solo un reloj; es parte del cifrado.”
Y ahí estaba. Una idea que no existía cinco minutos antes, construida juntos, capa sobre capa. No fue una opción que yo elegí de una lista. Fue una síntesis, un concepto creado a través de un peloteo de ideas donde cada uno empujaba al otro un poco más lejos.
Entonces, ¿quién escribió la escena? La respuesta es: nosotros.
Ser un autor aumentado no se trata de delegar la creatividad ni de buscar atajos. Se trata de tener un compañero de sparring intelectual que nunca se cansa, que te desafía, que toma tus ideas y las refleja con un ángulo que nunca habías considerado. La IA no es el escritor; es el otro músico en un dúo de jazz, improvisando sobre la melodía que tú empezaste. Yo marco el acorde, Gemini responde con un riff inesperado, y sobre ese riff, yo construyo la siguiente parte de la melodía. Y en esa improvisación conjunta, en ese caos colaborativo, es donde nace algo verdaderamente nuevo.